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La leyenda de Deirdre

Hoy comenzamos con una de mis leyendas Nórdicas favoritas, Deirdre. Para quien no lo sepa la traducción del nombre vendría a ser algo cómo "dolor" así qué ya os lo podréis imaginar. No me enrollo más y aquí os lo dejo! Hace mucho, mucho tiempo en Irlanda, el rey Connacher, de la familia de los Ulster, estaba en el Gran Salón el primer día de Samhain. Con él se encontraban los Caballeros de la Rama Roja, el druida Cathbad, el arpista Malcolm y su mujer Elva, que estaba embarazada, y más de mil personas celebrando la ceremonia con ellos. De repente Cathbad, el druida, tras haberse oído un ruido que hizo que se pausara la ceremonia, manifestó una profecía: el ruido no había sido él, sino la niña de la que estaba embarazada Elva, la mujer del arpista, pues no era normal, y ésta sería de tal belleza además que haría entrar en conflicto a la familia de los Ulster, su nacimiento traería la desgracia a estas tierras. Todo mal augurio acabaría con la muerte de la niña. El rey Connacher era conocedor de la exactitud de las profecías de Cathbad. Sin embargo, sintió tal curiosidad por conocer tal belleza que decidió evitar que esta niña muriese. La niña nacería, su nombre sería Deirdre y se desposaría con el rey para evitar todo conflicto. Él la tendría a salvo y apartada de todos los que pudieran verse tentados a pelearse por conquistarla. Y así fue como el rey mandó construir una casa de piedra con el techo de paja en la ladera de un monte alejado para que allí viviese Deirdre bajo la custodia de una narradora de cuentos criada en la corte de Connacher llamada Levarcham, en la cual el rey confiaba como en ninguna otra persona. Deirdre se crió en los amplios terrenos de caza. Levarcham le enseñó cuanto sabía sobre hierbas, flores, árboles y cielos y también le enseñó a tocar el arpa y a cantar. Deirdre se iba haciendo más paciente y bondadosa cada día. Tenía el pelo carmesí y la piel del color de la miel, como una orquídea dorada. Las mejillas, los labios y las puntas de los dedos mostraban un leve tono de carmín. Contemplarla era descubrir que la mirada se deslizaba, como queriendo aferrar algo de ella que no encajaba con lo demás. Estimulaba la imaginación con miradas o gestos que otorgaban significado especial a los objetos corrientes. Si se arrodillaba para acariciarle la cabeza a un buen perro de caza, se tenía la sensación de que todos los animales eran bondadosos. Su cuerpo revelaba la fuerza de su corazón y era como una mina sin fondo donde poder explorar incesantemente la vida. El día en que Deirdre cumplía quince años, Levarcham le hizo saber que al año siguiente, al cumplir los dieciséis años, tendría que casarse con el rey Connacher. Esto desagradó y entristeció a Deirdre. Durante días, Deirdre suspiraba y se negaba a comer. Un día, sentada de madrugada junto a la ventana, Deirdre contemplaba una nevada inusualmente temprana. Un grupo de cuervos descendió de pronto a la huerta y uno de ellos se posó en la nieve para darle picotazos a una hermosa manzana que acababa de caer. -Vaya – dijo Deirdre-, ese cuervo se parece al hombre que vi anoche en sueños. Tenía el pelo oscuro como las cornejas, la piel blanca como la nieve y las mejillas rojas como esa manzana. Él será mi marido.-. Pero Levercham la llamó, haciendo que se apartara de la ventana, y aquella visión se convirtió en un recuerdo. Tras aquel invierno de cielos grises y trémulos llegó la primavera. Una mañana en que había salido a coger flores silvestres con Levercham a hora temprana, Deirdre oyó una voz que cantaba alegremente, tres cazadores iban por el sendero que bordeaba el lindero más septentrional del bosque real. A Deirdre le pareció encantadora aquella canción, pero los cazadores no repararon en su presencia, viéndolos pasar, Deirdre se fijó en el primero de ellos, que también era el más alto. El cazador se adentró de repente en el bosque y los otros dos prosiguieron su camino. ¡Ese primer cazador era el hombre que aparecía en su sueño! Sin pensárselo un instante ella corrió al encuentro de este cazador adentrándose en el bosque. Una vez se topó con él en un claro, notó en el aire una fuerza para ella desconocida. Se acercó a él y alzó la mirada, de reojo vio rayos de luz descendientes, aunque a ella le pareció que salían de la tierra en dirección al cielo. Se le aceleró el corazón al acercar su blanco rostro al de él. Aguardó un instante y después le dio un beso e hizo un pequeño discurso en voz baja: -Te amaré como en épocas pasadas, cuando Dectera amó al arpista verde y se escapó con él para siempre. Mi beso contraría los deseos del rey y me he escapado de casa sin permiso. Con la luna nueva vendrán a llevarme a su palacio para que sea su esposa. Debes llevarme lejos de aquí. Deirdre y Naois huyendoEl cazador, de nombre Naois, tembloroso se presentó y le advirtió sobre la profecía del Druida. Sin embargo ella prefería estar con Naois a vivir amargamente junto al rey Connacher. Entonces Deirdre huyó con Naois y los otros dos cazadores. Los cuatro juntos partieron hacia Escocia por la noche hasta llegar al lago Etive. Allí construyeron una casa de arcilla y se instalaron para vivir juntos, donde fueron felices durante mucho tiempo. Sin embargo el rey Connacher no iba a dejar esta situación así. Tenía la paz pero le inquietaba esta situación, por lo que decidió mandar a un emisario al lago Etive para decirle a los cazadores que podían volver a Irlanda sin ningún problema, que no estaban exiliados. El emisario fue a entregarle este mensaje a los cazadores, los cuales estaban muy satisfechos, pues se sentían especialmente nostálgicos. Naois deseaba con todo su corazón volver a Irlanda y se lo dijo a Deirdre, la cual ensombrecida, viendo que no podía hacer nada para impedir que Naois volviera a Irlanda le dijo: –Anoche tuve en sueños esta visión: tres cuervos bajaban hacia nosotros desde Emhain Macha. Traían en sus picos tres gotas de miel y se iban con tres gotas de sangre. Esto significa que este emisario viene a ofrecernos una paz dulce como la miel, pero las tres gotas de sangre sois los otros dos cazadores y tú. Connacher es un adulador y la miel es una trampa mortal. – A pesar de aquella visión Naois decidió regresar a Irlanda, con ella. Deirdre pasó la noche entre sollozos. Por la mañana se reunieron en la costa y Deirdre subió a bordo. Partieron a hora temprana y la niebla se entremezcló con el cielo, adquiriendo la costa de Alba un color azul y después azul claro hasta que poco a poco fueron perdiéndola de vista. A medianoche brillaba ya la luna llena sobre las velas y el viento tiraba de las cuerdas. Deirdre sacó el arpa y entonó una suave canción. Su tristeza hizo callar a los hermanos, que alzaron los ojos al cielo mientras ella cantaba, tendiendo sus corazones a los astros. Al llegar a Irlanda, hicieron saber al rey que habían llegado. El rey mandó decirles que esperasen en la posada, pues iba a recibirlos al día siguiente. Así lo hicieron, se hospedaron en la posada esa noche y Connacher mandó a uno de sus guerreros a mirar si Deirdre conservaba su belleza. Por la noche, mientras este fisgoneaba, Naois que se dio cuenta de su presencia, pues jadeó al impresionarse por la belleza de Deirdre, y le lanzó un dardo que lo dejó tuerto y este regresó junto al rey. Tuerto y ensangrentado afirmó sobre la belleza de Deirdre y éste dio la orden de que cien de sus mejores hombres fuesen a la posada a matar a los cazadores y a recuperar a Deirdre para él. Los cazadores habían sido avisados por Levercham, la cual estuvo escuchando a escondidas en el salón del rey cuando éste dio la orden de matarles y de recuperar a Deirdre, por lo que pudieron pertrecharse y prepararse para defenderse. A pesar de la desventaja que sufrían, consiguieron abatir a los cien hombres en combate. Connacher llegó al lindero del llano donde había tenido lugar la liza y prorrumpió en exclamaciones de ira, pero los cazadores y Deirdre ya regresaban a casa atravesando en la oscuridad la gran llanura. El rey mandó llamar a Cathbad, el druida y, esforzándose por conservar la calma, le dijo –Detenles o haré que te destierren para siempre. Sin decir palabra, Cathbad se puso manos a la obra e hizo crecer en la llanura un bosque lleno de tupidos matorrales, pero los cazadores lo atravesaron con facilidad, como si no hubiera más que aire. Convirtió después la llanura en un mar de aguas gélidas. Los cazadores se quitaron la camisa. Deirdre se encaramó a los hombros de Naois y nadaron contra el rugir de la corriente. Su velocidad no disminuyó y los cazadores avanzaron tan aprisa como lo habían hecho antes a pie. Al ver aquello, el rey frunció el ceño y el druida temió por su vida. Alzó los brazos y el mar se convirtió en piedra, disparándose al aire rocas afiladas como espadas que entrechocaban con gran estrépito, como monstruosas muelas de un enorme gigante de granito. Los cazadores corrieron sobre las piedras, resbalando y cayendo en múltiples ocasiones. Por último, el más joven de ellos, Allen, lanzó un grito de dolor y Naois lo cargó sobre su hombro derecho, aunque no tardó en morir. Naois no lo soltó sino que continuo llevándolo sobre el hombro Buscó con la mirada a Arden, el otro de los hermanos cazadores, pero para desgracia suya, vio que también había muerto y eso le arrebató el deseo de vivir. A causa de las heridas o de la pena o, seguramente, de las dos cosas juntas, Naois se desanimó y resbaló entre dos piedras. Tendido entre las hirientes rocas, cayó presa de un total desaliento y murió sin decir palabra. En ese preciso momento, la llanura volvió a ser hierba. El druida solo pronunció: los hermanos ya están muertos, ya no serán una molestia. Y desapareció. El rey fue a contemplar a Deirdre con sus propios ojos. La encontró arrodillada sobre Naois y sus hermanos, los otros dos cazadores, sollozando sin palabras. Sin dejar que se recuperase de su profundo dolor, el rey ordenó que la llevasen a su palacio y la encerraran. Después hizo cavar una tumba para los hermanos en el mismo lugar en que yacían. Se colocó en aquel lugar un menhir sobre el cual se grabó el nombre de Uisnach. Cumplida la profecía, Deirdre permaneció una quincena en la residencia de Connacher. No podía comer ni conciliar el sueño. Transcurridos treinta días, llegó el invierno y un suave manto de nieve cubrió el mundo que divisaba a través de su ventana. Deirdre pidió a un guerrero que le trajese su arpa y allí, sola en su cuarto cerrado, le cantaba a Naois en voz baja, pues sabía que moriría en cuanto Connacher lo ordenase. Dirigiendo la vista a la vasta llanura vacía, cantaba:
“En cielos de gélida nieve por los que vagan vientos de tristeza arde débilmente un sol rojizo. Fuiste mi hogar allá donde yo iba. En campos verdes ahora desconocidos, con tu nombre sobre el menhir, el amor invita a una última llamada cuando la muerte comienza a caer de la vida. Los arroyos no van ya a mareas de mares lejanos. Un amor no puede envejecer sin recuerdos; tus brazos, mi hogar en que dormía. En campos verdes ahora desconocidos, con tu nombre sobre el menhir, el amor invita a una última llamada cuando la muerte comienza a caer de la vida. Todas mis lágrimas se despliegan ahora.¿ Cómo podré envejecer yo sola? Vierten sus luces los astros polvorientos cuando desde la vida va la muerte en silencio deslizándose lentamente a la noche” Por la mañana, cuando quiso llamarla el rey, Deirdre estaba ya muerta. El rey la hizo enterrar en las colinas en que había pasado su infancia. Pero un pequeño grupo de gente acudió de noche, clandestinamente, y la llevó a la Gran Llanura, a otra tumba contigua a la de Naois. La gente señaló las dos tumbas clavando sendas estacas de madera en el suelo. Dos años más tarde crecían junto al menhir dos hermosos tejos. Aunque entre sus bases había una separación de dos metros, los troncos habían crecido juntos y entrelazados. Unidos por sus ramajes, formaban un sólo árbol. Aunque la piedra se convirtió ya en polvo, los árboles siguen aún vivos en ese lugar.

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